Mi voluntariado en Talsi (Letonia)

Toda su parte buena tiene su lado malo y toda parte mala tiene su lado bueno. O eso dicen.
Mi nombre es Patricia aunque solo me llama así mi madre cuando está muy enfadada así que lo dejamos en Patri. Tengo 22 años, soy de Madrid y llevo un mes y medio viviendo en Talsi, Letonia.
Este año terminé mis estudios como integradora social y sinceramente el meterme a trabajar ya de por vida no era a lo que yo aspiraba, así que busqué otras opciones para además, poder aumentar mi curriculum.

Siempre me ha encantado viajar aunque tenía pánico a volar en los aviones, así que sola ya ni os cuento. Cuando me dijeron que mi vuelo además ser ser unas cuantas horas, iba a tener que hacer un transbordo y coger otro avión, casi me da un parraque, pero lo llevé lo mejor que pude y finalmente hasta disfruté del viaje, increíble.

Me enteré que iba a venir a Letonia como dos semanas antes de ello, entonces fue todo súper rápido. Siempre me ha costado alejarme de mi familia pero lo llevo mucho mejor de lo que imaginaba y a día de hoy hay muchísima gente que no sabe ni que me he venido, ya que no lo he ido contando.

Aterricé en Riga, la capital de Letonia, el 7 de octubre a las 21 de la noche aproximadamente y vinieron a buscarme un matrimonio (que no hablaba inglés y no pude comunicarme en todo el trayecto) el cual me trajo a mi actual casa, a dos horas de la capital.

Según llegué a mi casa, mi coordinadora me estaba esperando y me enseñó la casa por encima, un duplex con su baño abajo, cocina y salón y tres habitaciones arriba con otro baño (el único con ducha).

Una vez se fue mi coordinadora, me dio por investigar un poco más la casa a fondo. Mi compañero de piso no estaba ese fin de semana ya que se había ido con unos amigos a la capital y él llevaba ya un mes y medio en esa casa. Una semana antes de yo venir, los otros dos voluntarios que había se fueron. En cuanto me puse a investigar, descubrí que la casa llevaba muchísimo tiempo sin limpiarse, que absolutamente todo estaba lleno de telarañas y arañas por todos lados y hasta arriba de pelusas y suciedad, casi me da algo.

Fui al baño de arriba y encontré la bañera absolutamente llena de pelos y todo súper sucio. Tuve que ponerme a limpiar la que iba a ser mi habitación porque yo personalmente no podía dormir entre pelusas. Bajé a la cocina a comer algo y el congelador se lo habían dejado abierto, lo cual, era una completa placa de hielo y la puerta no se podía cerrar. Con un cuchillo, me puse a apuñalar ese hielo hasta poder cerrar la puerta y no despertarme al día siguiente con todo lleno de agua, todo esto a casi las dos de la mañana. Al finalizar eso, me hice un sándwich el cual apoyé en la mesa dos segundos y no me lo pude comer de la cantidad de bichitos que tenía por encima. A la basura.

Conseguí dormir algo después de enviarle a mi coordinadora vídeos de como estaba la casa y ella decirme que vendría a la mañana siguiente a limpiar. Me desperté pronto así que me puse a limpiar parte de la casa hasta que ella llegase, excepto el baño de arriba que me daba verdaderamente grima y asco. Me tiré dos horas y aún así no fue suficiente, obviamente.
Mi coordinadora me ayudó un poco a limpiar la cocina ya que estaba absolutamente llena de insectos así pequeños como mosquitos y es que no podía del asco. Bichitos los cuales siguen habiendo a día de hoy día tras día que hay que limpiarlos del poyete de la cocina y de los del salón. Es un misterio de donde vienen y el porqué hay ochocientos cada día pero se supone que son “bichitos de otoño” y que se irán ahora en invierno.

Tras tres fines de semana encerrada en mi cuarto porque mi compañero de piso estaba en el suyo encerrado 24 horas y la compañera de piso que vino el 17 no hablaba con nadie, ni única motivación para quedarme aquí fue el “training” al que asistimos el fin de semana de Halloween con un otros voluntarios de la Unión Europea aquí en Letonia, donde conocí a gente maravillosa, y aunque la mayoría de ellas viven en la capital, todos los fines de semana voy allí y duermo en la casa de alguna de ellas desde entonces. Me niego a estar todos los sábados y domingos encerrada en mi habitación como suelen hacer mis compañeros de piso.

Mis semanas constan de ir a un colegio en un pueblo a cuarenta minutos en autobús del mío y pasar tiempo con niños, jugar y estar pendiente de ellos después de que salgan del colegio hasta que les recogen sus padres, excepto lunes y jueves que por las mañanas tenemos clase de letón en la oficina (a 25 minutos andando desde nuestra casa) y por la tarde imparto dos clases de español al día en el centro cultural del pueblo (otros 15 minutos andando desde mi casa) ya que mucha gente se inscribió para ello.

El pueblo es precioso y tiene un lago en el centro de él que es muy bonito, la única pega es que hay que andar para todo y nuestra casa está en la otra punta del mundo. Es todo bosque, lleno de árboles, flores y plantas y no hay mucha gente en él aunque a día de hoy solo se ve nieve por todos lados, y eso que estamos a finales de noviembre aún. Los bares y restaurantes a las 20/21 de la tarde ya han cerrado y las tiendas hasta las 22/23 no cierran.

Los horarios aquí son muy diferentes a España, aquí comen sobre las 12:30/13 y a las 18:30/19 ya están cenando, así que los días que venimos al colegio, nos toca adaptarnos a ese horario, ya que comemos aquí también.

Comunicarnos con los niños del colegio es realmente complicado ya que muy pocos saben algo de inglés y los primeros días nos costó muchísimo. A día de hoy ya he aprendido varías frases y palabras en letón para comunicarme con ellos y entendernos un poco mejor.
En las tiendas y bares del pueblo donde vivimos, poca gente habla inglés también así que no os imagináis los primeros días que trajín para todo. Suerte que mis alumnos de español hablan todos inglés, porque si no, no sé que haría.

Mi rutina es bastante entretenida y no me da mucho tiempo a aburrirme pero los fines de semana encerrada en mi habitación me quitaron todas las ganas y energías de seguir viviendo aquí.

Hoy en día, estoy muy feliz y con mi grupo de amigas me lo paso súper bien, nos cuidamos y nos queremos mucho, me siento súper afortunada de haber coincidido con ellas aquí.
Es verdad que mis primeros días aquí y el proceso de adaptación fue bastante duro pero no lo cambiaría por nada. Todo pasa por algo y estamos en esta vida para aprender a superarnos día a día así que os recomiendo esta experiencia a todos aquellos que queráis crecer como personas y aprender mil cosas sobre otras culturas, idiomas y personas.

Yo me siento muy orgullosa de mi misma y se que conseguiré siempre todo lo que me proponga. La duración de mi voluntariado es de 12 meses y por suerte tenemos las mismas vacaciones que los niños en el colegio, eso es lo mejor de todo. (Excepto en verano que habrá campamentos).

Desde Letonia os invito a venir aquí, visitar la capital y aprender de la historia y cultura de esta ciudad, pero si no es en pleno invierno mejor, ya que las temperaturas llegan hasta menos veinte grados. Hoy en día hace aproximadamente -4 grados todos los días y para ellos esto aún no es frío del todo. Miedo me da verme en un mes saliendo con el nórdico de la cama a la calle.
Por suerte, en casa lleva la calefacción puesta mínimo dos semanas y no pasamos frío.
Hacemos una reunión semanal con la coordinadora y ella se encarga de todo lo que nos haga falta, es muy agradable la verdad, aunque un poco caótica.

La convivencia en casa a día de hoy sigue siendo cada uno a su bola y solo coincidimos para ir al bus o a la oficina, suerte si medían media palabra en el camino. He aprendido a no desesperarme y a entender que si ellos no hablan, ya hablo yo por los tres. Aquí, además, he aprendido a valorar a la personas cuando las tenemos cerca y no cuando se van, a vivir en el presente y a luchar día tras día sin rendirme.

Si no te arriesgas ahora… ¿cuándo?
Después siempre es tarde.

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